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viernes, 15 de octubre de 2010

Día 20

Khanzi - Zeerust

Regalando sonrisas


Al final y tras el cambio de planes, nuestra última noche de camping se convirtió en noche de colchón de espuma comido por ratones.


Dormimos los 4 en la habitación/terraza, y le dejamos el gimnasio con baño compartido a la pareja, como buenos compañeros que somos. Eso sí, no se libraron de las bromas y risas a través de la ventana común que tenían ambas habitaciones.


Nuestro último alojamiento en Botswana, el gimnasio de un área de servicio....



Por la mañana y tras organizar las mochilas y maletas con la ropa que queríamos traer a España y la que íbamos a repartir, ordenamos los coches y nos pegamos otro festival con la cama elástica; pero esta vez y como es de día, se aprecian mucho mejor las distancias, por lo que la cama parece más pequeña. Quizás por eso ayer salté y aterricé en la hierba…


Desayunamos e hicimos unas pequeñas compras en la tienda de artesanía que tiene la gasolinera, seguimos nuestro camino dejando atrás esta parte de Botswana, a donde es probable que no volvamos nunca más….


Como no puede ser de otra forma y llegando esta parte ya de nuestro viaje, las anécdotas e historias que nos han marcado o han sido simpáticas nos acompañan durante las primeras horas de nuestro camino en la búsqueda de la frontera entre Botswana y Sudáfrica.


Durante el transcurso del camino vamos continuamente fijándonos a ambos lados de la carretera pero no encontramos ningún poblado en el que parar para dejarles la ropa, las esterillas, la comida, y así hacer feliz a un par de familias que realmente lo necesiten más que nosotros. La carretera por la que circulamos, que se llama Trans-Kalahari, es una gigantesca recta de más de 300 kilómetros, que atraviesa el desierto de noroeste a sureste; no podemos apreciar nada más que maleza y bosque bajo. Cada hora más o menos, encontramos algún camino de tierra que termina en la carretera principal y por donde me entran unas enormes ganas de girar, entrar y hacer kilómetros hasta encontrarme con algún poblado de Bosquimanos o habitantes de estas zonas tan intrigantes para mí…


Pero por desgracia a la vez que esos inquietantes caminos, también nos saludan las gigantes torres de telefonía que nos recuerdan que aunque estemos en medio de un desierto africano, el tiempo y la modernidad corren para todos, incluso para los bosquimanos…


Como la distancia con la frontera era cada vez más pequeña, y los poblados cerca de la carretera no aparecían por ningún lado, empezamos a pensar que haríamos con el material en caso de llegar a Sudáfrica. Un problema añadido, porque esta acción nos llevaría un tiempo ya organizado para otras cosas. Tras varias decenas de kilómetros desiertos, y cuando ya estábamos bastante cerca de la frontera, pudimos ver a 3 niños correr entre un par de cabañas de madera y paja….


En apenas un par de casas como esta viven todos los miembros de las familias...



Aparcamos los Terios en el arcén y nos acercamos a un cierre metálico que hacía las funciones de puerta de entrada. Allí, cuatro hombres y siete u ocho niños nos miraron con cara de desconfianza y misterio; uno de ellos se acercó y le preguntamos si hablaba inglés, sus palabras en una lengua totalmente desconocida para nosotros nos respondían a la pregunta….


Uno de nuestros coches en la valla de entrada al poblado. A la izquierda parte de todo el material que les dejamos...



Como una imagen vale más que mil palabras, me acerqué al coche y le mostré un par de camisetas; en cuestión de apenas un par de segundos, tenía a los cuatro adultos junto a mí, con los ojos como platos y asintiendo con la cabeza tantas veces como yo metía y sacaba la mano de mi bolso de viaje.


Mientras yo repartía la ropa con los hombres en la parte trasera, Fran y Ana junto con David, intentaban comunicarse con los niños a la entrada del poblado.


Para no hablar inglés se hacían entender muy bien, y a cada pieza de ropa que yo sacaba del bolso, los cuatro le echaban la mano para cogerla, teniendo que intermediar yo para repartir de la forma más equitativa posible todo el material. Cuando les mostré mi saco de dormir y abrí la cremallera para explicarles cuál era su función, uno de ellos pronunció en un perfecto inglés la palabra sleep, así que algo del idioma de Shakespeare conocían.


Tras el reparto de ropa entre los adultos, me pasé al bando de los niños con los juguetes y los libros para colorear que llevaba. Estaban varios arrodillados en el suelo, con los brazos llenos de ropa que les habían dado David y Fran. Con unos ojos brillantes y curiosos, no perdían movimiento de lo que yo sacaba de una bolsa de plástico que dejé en el suelo, mientras volvía al coche a por la cámara de fotos. En el tiempo que pude tardar en ir y volver, sobre 10 segundos, la bolsa estaba totalmente vacía, y los pequeños tenían los muñecos repartidos en las manos de todos ellos.


Los niños más mayores se repartían los muñecos de juguete, mientras uno de los pequeños se entretenía arrastrando un palo por el suelo..




Les mostré el libro de colorear, y con un bolígrafo escribí mi nombre. Les pedí que también escribieran el suyo, y el resultado fue sorprendente. En esa familia se llaman unos a otros por iniciales: El más mayor se llamaba T, otro C, los dos más pequeños no sabían escribir, pero uno de ellos se llamaba K.


Depués de repartir todo el material, nos sacamos una foto con ellos, con la tristeza de no tener ningún tipo de posibilidad de hacérsela llegar desde España. Antes de marcharnos, intentamos preguntarles porqué no se encontraban las mujeres en el pueblo; malamente supusimos por las explicaciones que se encontraban ejerciendo algún tipo de actividad y no volvían hasta la noche.


Foto de familia...



Creo que en todo el viaje no me he sentido mejor conmigo mismo como en la casi media hora que tuvimos la suerte de compartir con estas personas. Ver la sonrisa de los niños y los adultos cuando abría el bolso y les mostraba la ropa, o la forma de decirnos adiós con una mano, mientras en la otra tenían los paquetes de comida o ropa, compensa todo lo malo o menos bueno que nos haya podido pasar desde que salimos de España hace ya veinte días.


Hicimos nuestra última parada de Botswana en Lobatse, que se encuentra muy próxima a la frontera con Sudáfrica, allí preguntamos en una gasolinera si podíamos pagar con tarjeta ya que se nos habían terminado las Pulas y la gasolina en nuestro siguiente país es mucho más cara. Cuando ya teníamos el Terios lleno, el hombre de la gasolinera nos informa de que el lector de tarjetas no funciona y que sólo le podemos pagar con efectivo….


Después de más de quince minutos de discusión e incertidumbre y tras unas veinte pruebas en la máquina consiguieron cargarnos en la tarjeta el importe de la gasolina (esperamos que al llegar a España no tengamos ese importe pasado otras 19 veces más…)


Aparcamos los coches y buscamos un sitio para comer. Mientras tanto yo aproveché para entrar en un bazar chino (si, también han llegado a Botswana) y me compré un bolso de viaje por 45 Pulas (4,50€), porque el mío se rompió la segunda semana y cada vez el agujero es más grande.


Comimos en un restaurante de comida rápida en el cuál el único menú es pollo frito, y bastante picante por cierto. Pagamos tan sólo 2 euros cada uno, con la bebida incluida.


Llegamos a nuestra última frontera, la cual pasamos sin problema y en apenas diez minutos. Una vez de regreso en Sudáfrica, el paisaje verde vuelve a acompañarnos, y las chabolas, la gente en los arcenes, el desorden y la suciedad invaden los márgenes de las carreteras; pudiendo decir sin ningún tipo de reparo que Botswana está mucho más avanzada en líneas generales que cualquiera de sus países vecinos que hemos

visitado.


La alegría y las mejores sonrisas hacia nosotros siempre están presentes en todos los habitantes de estas zonas.


De camino a Zeerust (nuestro último alojamiento), nos tuvimos que desviar de la carretera principal y circular por una carretera secundaria que ni el GPS (que hemos vuelto a rescatar) conoce. Por suerte, un buen hombre con un muy buen coche (Porsche Carrera descapotable) nos indicó en su escaso español que lo siguiéramos hasta el cruce con la carretera general otra vez.


Detrás del Porsche, fuimos comprobando como todas las personas, desde el más niño hasta el abuelo del pueblo, giraban su cabeza al ver la silueta del coche pasar por las calles de su localidad. Los chicos abrían los ojos y señalaban, las chicas daban saltos y gritaban cada vez que el hombre que iba de acompañante saludaba con la mano. Es la máxima expresión de lo que pasa en estos países, donde los blancos son los jefes de todo y la mayoría de los negros se dedican a trabajar en lo que pueden….


Tras rodear pueblos durante más de cincuenta kilómetros, llegamos otra vez a la carretera general y con ella a Zeerust. Nuestro mayor problema residía en encontrar la pista por la que se accedía el alojamiento que teníamos reservado.


Calle principal de una de las muchas pequeñas ciudades que tuvimos que cruzar para llegar hasta Zeerust.



Al final y tras dar varias vueltas, subirme a un camión para preguntarle a su conductor y circular varios kilómetros sin mucha esperanza de encontrarlo, llegamos a un pequeño cartel donde nos indicaba que estábamos a sólo dos kilómetros girando a la izquierda.


Nuestra última noche iba a ser (por lo menos para mí) la sorpresa del viaje en cuanto a alojamientos. Un recinto de pequeñas casas, todas de piedra y con el techo de paja, rodeadas de caminos y vegetación. El recinto estaba comandado por una casa muy grande, a la que casi no se le veía el final, que hacía las veces de recepción, vivienda de la dueña y comedor.


Imagen de una parte del recinto, con varias casas muy próximas entre sí. Todo perfectamente cuidado y limpio.


Nuestra habitación, una pequeña casa redonda muy organizada, con dos camas, servicio e incluso una zona con nevera y máquina de café. Demasiados lujos para lo que estamos acostumbrados....



Nos estaban esperando (éramos los únicos huéspedes), así que tras repartir las habitaciones y descansar un rato, hicimos tiempo con un partida de cartas a que llegara la hora de cenar, que aquí la teníamos incluida….Otro acierto del cambio de planes de hace dos días, porque hubiéramos llegado de madrugada, y por supuesto nos quedaríamos sin cena.


La cena nos la sirvió la propia dueña en el salón/comedor de su casa y todos nos quedamos boquiabiertos con la decoración: Muchísimos detalles africanos, pero todos muy bien colocados y con un muy buen gusto y orden. La casa es muy grande y en su mayor parte se puede ver el techo de paja a más de 4 metros de alto.


Cenamos una sopa de naranja con curry, una pequeña ensalada (el último día dejamos atrás todos los temores de salud) y de segundo plato, pollo con puré de espinacas y patatas cocidas. A modo de broma, Fran nos decía que no comiéramos casi nada, igual que nosotros lo advertíamos a él los primeros días del viaje, cuando probaba de todo y comía también de todo.


Quizás fuera el hambre de tres semanas cenando arroz y pasta con tomate y salchichas, pero la mezcla de sabores y sensaciones que nos produjo esa cena será difícil de olvidar. Y como las bebidas no estaban incluidas, nos dimos un pequeño capricho, pidiendo una botella de vino tinto Sudafricano…..


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