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sábado, 30 de octubre de 2010

Dia 7

Swakopmund – St Nowhere City


El monstruo de un solo ojo


Primer desayuno con Malarone (vacuna contra la malaria) en nuestro viaje, a partir de ahora y hasta el día 26 de Agosto, las pastillas nos acompañarán cada mañana siempre a la misma hora.


Salimos hacia Wavis Bay para montar en un catamarán y darnos un paseo por la bahía de la ciudad. En un acto bien organizado para el turista en general, el hombre pega un silbido y una foca junto a una docena de pelícanos, se acercan en busca de pescado al barco.


El concepto como tal no está mal, pero para la gente que vive en el interior y no tiene acceso al mar. Prácticamente, casi todos los que iban a bordo del barco, me condenan a la horca por asustar a una gaviota que estaba apoyada en una barandilla… lo último que pensé es que estarían sacándole fotos a una gaviota. Si vienen a Vigo terminan la tarjeta de memoria de la cámara en 2 minutos…


El barco rompía la tranquilidad de los cormoranes, y cuando estos levantaban vuelo, golpeaban con las alas en el agua...



Tras un paseo de media hora, avanzamos un poco más en la bahía y llegamos hasta el faro de Wavis Bay, donde una colonia de leones marinos y focas viven en total tranquilidad. El barco se acercó lo suficiente a la orilla, como para ver a un coyote intentar sacar del agua una foca muerta que tenía pensado comerse.


No pudimos llegar a la gran colonia de Leones y Focas en CapeCross, pero por lo menos pudimos disfsrutar de bastantes en Wavis..


La ley de la supervivencia. Un coyote se aprovecha de una cría de foca muerta para alimentarse.



De regreso al puerto, nos enseñaron como y donde cultivan las ostras namibias, nos invitaron a probar alguna cruda y otras cocinadas, también nos invitaron a pescado y otras cosas para comer y beber. De todo el menú, fuimos descartando alimentos complicados, sobre todo las ostras, que te pueden amargar el viaje…Estas prevenciones generales no van con Fran, que lo hemos nombrado catador oficial del viaje...


Los Pelícanos saben bien donde y cuando pueden comer gratis, así que bastantes de estas aves perseguían al barco esperando por el almuerzo..



Una vez en tierra, nos encontramos con decenas de puestos ambulantes, vendiendo tallas de madera, figuras, ropa y muchas más cosas de arte africano, donde el regateo es deporte olímpico. En una esquina del aparcamiento, 3 mujeres Himbas, sentadas en el suelo con sus hijos pequeños, vendían collares y figuritas. Fran intentó inmortalizar el momento con su cámara de fotos, pero una de las mujeres se dio cuenta y le saludó con el dedo corazón en todo lo alto y el resto doblados….


En Swakopmund recogimos nuestras cosas de la consigna del hotel y entramos en la tienda de recuerdos a comprar 2 tonterías porque tenían muy buen precio. El problema era que la señora que atendía (en España llevaría años jubilada) quería hacer el mes con nosotros y como el tema del cambio a dólares no lo tenía muy claro, hacía unas cuentas tal que así: Calcetines de África costaban 50$N, que vienen siendo 5 euros…yo le entregaba 20 dólares americanos (18euros), y ella me devolvía 7$N (sobre 0,70 euros), el resto se lo comisionaba ella me imagino…. Con una calculadora se lo explicamos bien, y al segundo intento entendió el cambio, menos mal….


Intentamos buscar una lavandería porque era primordial lavar ropa (yo no lo necesitaba, el resto si), pero fue un auténtico fracaso. Encontramos una donde sólo tenían 1 secadora funcionando y 8kg de ropa esperando su turno, finalmente la otra que había en la ciudad estaba cerrada, porque aunque nosotros no sabemos en que día vivimos, el resto del mundo sí, y un sábado por la tarde no abren ni en Namibia.


La lavandería donde tenían mucho trabajo. Si llegamos a dejar la ropa allí, al ritmo que trabajan quizás hubiéramos tenido que esperar uno o dos días .....



Ya que no había lavandería, aprovechamos, para hacer la compra de los siguientes días, que tenía que ser bastante grande. Como Swakopmund no es muy de fiar, sobre todo si llevas dos coches llenos de trastos, me volví a ofrecer voluntario para quedarme en la calle y vigilar nuestras pertenencias…Como regalo, tuve que aguantar a un par de vendedores ambulantes que te ofrecen unos minerales del tamaño de una habichuela por un módico precio de medio euro. Su forma de actuar es en todos los sitios igual: Primero se acercan, te preguntan de dónde eres (cuando les dices que eres español contestan, ah!! Espania, World Champion!!) y acto seguido comienzan a hablar como en susurros y muy rápido enseñando lo que venden. Ante la negativa a comprar, es cuando empiezan a pedir de comer, beber o incluso ropa….es muy triste…..


Decidimos que era el momento adecuado de abandonar la ciudad, cuando en la acera de enfrente la cosa se empezó a poner muy tensa… Pudimos observar como un guardia de seguridad de un KFC (como un McDonald´s pero donde sólo venden pollo) la emprendió a latigazos con un hombre que llevaba algo entre unas bolsas, nos imaginamos que lo acabaría de robar…


Nuestra última parada en Swakopmund fue en la misma gasolinera donde la noche anterior compramos el agua y el hornillo. Mientras unos pagaban, otros nos quedamos en el coche y ahí fue cuando se nos acercó un chico de más o menos nuestra edad; nos preguntó nuestros nombres y con una habilidad nunca vista empezó a grabar unos dibujos y nombres en una castaña que tenía en la mano….


En menos de un minuto estábamos todos a su alrededor, atónitos, hasta que aparecieron sus otros dos compañeros (o asalariados). Eran muy curiosos, porque uno parecía un músico de la banda de Bob Marley, y el otro el actor Morgan Freeman. Estos dos últimos se sacaron una especie de navajita del calcetín, y en poco tiempo teníamos cada uno su castaña diseñada y personalizada al gusto. Los hombres hablaban entre ellos con chasquidos de la lengua (como hacen los bosquimanos), lo que es muy curioso.


Un amable trabajador de la gasolinera nos hizo esta foto con los tres artistas de las castañas....



Ilusos de nosotros, no le preguntamos el precio antes de que tallaran las castañas, cuando llegó el momento de pagar (le hicimos una para Angela, que este año no ha venido al viaje), nos querían cobrar 100$N por cada una !!! Haciendo una rebaja por ser nosotros (no esperaba menos…..) al final y como el regateo es un arte universal, llegamos a un acuerdo en el precio, 350$N por todo, sobre 5 euros cada castaña.


Tomamos un camino dejando atrás la ciudad y nos pusimos en ruta hacia el camping, a mitad de camino de la Skeleton Coast. En un principio la carretera es asfaltada, pero pronto se vuelve una enorme pista de tierra con sus baches, montículos y esos cauces secos de los ríos que la atraviesan; menos mal que viajamos en invierno, porque en verano con las lluvias estos caminos tienen que ser imposibles…


El paisaje es desértico, sin nada que echarse a la vista en muchos kilómetros a la redonda, sin árboles, sólo vegetación baja y el mar al otro lado….Las indicaciones que tenemos, nos dicen que nuestro alojamiento está un poco después de la milla 109 (tiene que ser un sitio importante porque los únicos carteles que nos encontramos, señalan ese punto). Cuanto más nos adentramos en el norte, más frío hace y las nubes cubren prácticamente el cielo.


En una zona repleta de grandes piedras de sal, a alguien ingenioso se le ocurrió improvisar varias mesas, unas latas con una rendija y un cartel con el precio de venta de las piedras esperando recaudar algo. Lo que quizás no pensó es que justo debajo de cualquiera de las mesas había muchas más piedras, más grandes y mejores que las que estaban en venta....



En algunos tramos de la pista, atravesamos zonas de obras, donde un par de obreros, le hacen un mantenimiento a la pista y las cunetas con una máquina. Estos hombres viven en tiendas de campaña o casetos en medio del desierto, y según van avanzando las obras, mueven su alojamiento a la zona donde trabajan. Si la pista tiene más de 200 kilómetros, yo me pregunto ¿Cuánto tiempo tardan en volver a su casa? Así son las cosas en estos países….


Uno de los muchos "puestos obreros" que nos encontramos el los caminos. La soledad del trabajador sin nadie con quién hablar ni compartir nada durante semanas y semanas....



Por fin encontramos a lo lejos la famosa milla 109, un poco después de atravesar una zona que creemos que está llena de minas y con un vigilante cuidando de que nadie entre por si acaso. Otro que vive ahí todo el año…


No nos podíamos creer lo que encontramos en la milla 109…parecía algo totalmente surrealista, sacado de una película de terror; Unos depósitos de agua en lo alto de una torre metálica, sirven de refugio a una colonia de cormoranes que no dejan de gritan y manchar todo en ningún momento. Alrededor de la nada, tan sólo 2 casetas medio caídas y otra bastante azotada por el mal tiempo, componían nuestro “supuesto” alojamiento…


Las torreta, los depósitos y a la derecha la caseta sin luz que hacía las funciones de supermercado..



El guardián de semejante lugar, es un hombre negro al que le falta un ojo, que no tiene ni idea de inglés, ni tampoco sabe si hay otro camping cerca, o si tenemos que pasar la noche ahí. Nuestro encuentro con el guardián, tuvo lugar en una caseta que parecía un supermercado/recepción, donde no había luz y las estanterías estaban prácticamente vacías…


Una pareja de franceses algo perdidos (y sorprendidos) llegaron al mismo inhóspito lugar que nosotros, y de manera valiente iban a pasar allí la noche. No sabemos si salieron con vida….


Ante semejante opción para dormir, decidimos seguir un poco más adelante y tentar a la suerte esperando encontrar otro lugar. En el peor de los casos, podíamos volver atrás y acompañar a los franceses o hacer noche en medio del desierto amparados por los coches.


Pero la suerte estaba de nuestro lado, y unos kilómetros más adelante, un cartel a la izquierda nos indicaba otro camping. Llegamos tras recorrer una pista de tierra, lodo, abierta por una excavadora, y con varias pozas llenas de agua a ambos lados de la misma. Una casa de madera con un fuego a la puerta nos indicaba que la civilización estaba cerca. La situación siguiente no fue menos cómica que en la milla 109…. Con un viento frío que cortaba la respiración y la oscuridad de la noche, el dueño, uno hombre blanco, de unos treinta años, nos estaba esperando para presentarse y darnos la mano…


Ninguno de nosotros nos explicamos aún hoy en día, como una persona de esa edad y de ascendencia europea, puede elegir vivir en medio de ninguna parte y menos aún como aspira a montar un “negocio” ahí. Este amable hombre, nos invitó a pasar a su casa, donde su mujer (mucho más joven que él) nos daba un comprobante de nuestra reserva. Me sorprendió mucho su casa, por dentro estaba amueblada de forma muy coqueta, con todo lo necesario para vivir (incluso más), por tener hasta tenían un loro como mascota; en ese momento me surge otra pregunta: Cómo llevan todo hasta allí? Cuándo y cómo hacen la compra?? Van sus hijos al colegio??

Teniendo en cuenta que la población más próxima es Swakopmund, y está a más de 200 km por una pista de tierra….


Salimos a la oscuridad y comprobamos que aparte de esa casa, hay otra más, todas de madera y separadas por una pequeña distancia unas de otras. El hombre nos preguntó que tipo de alojamiento teníamos y le contestamos que tiendas de campaña. Nuestra respuesta le causó gracia y se echó a reír porque el viento era muy fuerte y hacía bastante frío también. Le preguntamos el precio de cambiar la noche de camping por una de las casetas de madera, que aunque no sean muy lujosas, por lo menos el viento no nos lleva volando mientras dormimos. Como le dimos pena y era ya muy tarde, nos ofreció un cambio “sin coste” por una casa que tenía, que estaba sin limpiar; como eso no es impedimento para nosotros, esa noche dormimos bajo cubierto…..


La casas son de madera con un tejado de chapa por el que el aire entra haciendo ruido. Tiene una cocina-salón que ocupa casi todo el espacio salvo dos habitaciones con múltiples camas y un baño en el centro. Las habitaciones están compuestas de unos somieres artesanales y unos colchones de 5ª mano que dan un poco de asco, pero como dormimos en el saco no hay ningún problema.


Foto de nuestra habitación. El viento azotaba tanto en el exterior y la casa era tan frágil, que la cortina se movía con la ventana cerrada.



Preparamos la cena, jugamos una partida de cartas para amenizar la velada y nos acostamos imaginando que estampa nos encontraremos mañana con la luz del día.


Entre el ruido del mar, el frío, el sonido el aire entrando por todos los agujeros de la casa, y la soledad del lugar; si cierro los ojos, fácilmente me puedo imaginar que estoy en una estación experimental de cualquier punto del Polo Sur o Groenlandia…

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